Tus manos que ávidas recorrían los senderos sinuosos de mi cuerpo se detuvieron de improviso humedeciendo las yemas en mis cuencos, y en un rito de pasiones desatadas sin detenerte siquiera un momento, tu lengua deslizaba mis caminos ofreciéndoles un instante perfecto. Locura desenfrenada de placeres entre gritos entrecortados y jadeos, habían detenido el reloj de la vida esperando el éxtasis final al mismo tiempo con la lujuria encadenada a nuestra cama hasta el último instante del último momento

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